lunes, 11 de marzo de 2013
Puedo volver a esa mañana.

Cuando ví aquella marabunta ante mí de policía y trabajadores de Renfe que nos impedían el paso ni llegaba a intuir la cascada que se desencadenaría ese mismo día. Mi primera reacción fue de una pueril ignorancia: llamé al trabajo para disculparme por el retraso y me cagué en la Renfe y sus jodidos retrasos achacándolos a una potencial huelga a traición. Pero ahí empecé a despertar, la voz palida y quebradiza con que mi jefa al otro lado me dijo "No te preocupes corazón, llega cuando puedas. Algo ha pasado." Su tono más que empático era de compasión por algo que yo no sabía y que me asustó. Fue en ese momento cuando empecé a dejar de mirarme el ombligo y comenzar a discernir lo que tenía alrededor. Como yo, centenares de personas esperaban los autobuses que supliesen los Cercanías cariacontecidos y despotricando. Cuando llegó el primero y abrió sus puertas saltó la liebre. Dentro dos soldados totalmente equipados bajaron y de entre nuestra propia cola un chaval con estética de Skin pero con pinganillo y gafas de sol se pusieron a revisar los bajos del autobus. !Buscaban Bombas! Una señora a mi lado se persignó y alguna que otra persona abandonó la fila convencida que no le merecía la pena el viaje que comenzase así. Para cuando el bus se puso en marcha ya se oían cosas del estilo "Han volado Atocha" "Han puestos bombas en los trenes" "Ha sido ETA, Eta ha atentado en la RENFE".
Cuando finalmente llegué a nuestros despachos nadie trabajaba todo el mundo estaba colgado de las radios e internet. Todos preguntabamos por todos y si habiamos hablado con los nuestros para cerciorarnos de que nuestra gente estaba a salvo. Yo ya habia contactado con Andromaca , mis padres y mi hermana respiraba más tranquilo a esas horas. Entonces llegó la noticia de que Angela, una compañera de trabajo habia perdido a su mejor amiga en Atocha. Días después supimos que tuvieron que reconocerla por el abono transporte que encontraron entre los restos de carne y ropa pegadas de lo que solía ser ella. Además el padre de un compañero de facultad que pudo escapar de las bombas de Santa Eugenía se hallaba en un vagón tan cercano a la deflagración que perdió todo audición. Con cuentagotas las bombas se hacían presentes a mi alrededor en forma de muertos, heridos o desaparecidos en mi misma oficina. Volví a llamar a los míos, sintiendo el peligro rondar hasta en los huesos y la fragilidad con que aquel día podía envenenarte la vida . Afortunadamente seguían todos bien.

Recuerdo Barcelona donando sangre por toneladas y volviendo a ser hermana de Madrid cuando las cosas se ponen rudas y duelen de verdad.
Recuerdo las llamadas de amigos y familiares de fuera de Madrid angustiados por lo que iban conociendo.
Recuerdo la manifestación posterior y las miles de velas en cada estación de Cercanías.
Recuerdo el miedo al día siguiente al coger el tren y como se desbocaba el corazón cuando pasabas alguna de las tres estaciones "malditas".
Recuerdo todo ese dolor, angustia y sensación de ser devorados por una serpiente que nadie conoce y de la que nadie se quiere encargar de matar.
Hoy y a pesar de los caidos: MADRID SIGUE DE PIE .