jueves, 19 de septiembre de 2013
¿Os pasa como a mí a alguno de vosotros, que es Septiembre y no
Enero el mes que parece dar el pistoletazo de salida a un nuevo
año?¿No os asaltan los buenos propósitos al despuntar el otoño y no
en invierno? ¿Soy el único al que el año académico le parece el
principio de la siguiente etapa?
En mi caso no tiene mérito, de los 33 años que gasto podemos contabilizar desde los 3 hasta los 21 como escolarización en sus diferentes niveles. Lo que hacen 18 años, el 54% de toda mi vida dentro de las aulas. Con semejantes cifras, mi año vital ha comenzado muchas más veces que menos con los primeros fríos mañaneros de Septiembre, olor a tierra mojada y a libros nuevos. Escalaba tortuoso entre exámenes, prácticas y deberes. Surfeaba el año feliz entre excursiones y recreos, creciendo en alegría al tiempo que el sol perdía timidez y nos acercabamos al verano. Caminaba el curso desigual y ligado a las notas para ir a morir de modo orgásmico en esas legendarias vacaciones escolares de casi tres meses, antes de volver a irritarse con los anuncios de los corticoles.
Soy de colegio, instituto y universidad. Incluso en los tiempos en que no era popular serlo. Los años de alambre (Génesis de nuestra ruina ladrillera) , esos en los que un peón de obra cobraba sin Graduado Escolar un 60% más que un Ingeniero de Telecomunicación recién titulado. Aquellos días en los que ser estudiante era pedir dinero para libros mientras que muchos de tus contemporaneos desafectos a la educación estrenaban coche o elegían sobre plano la hipoteca que hoy no pueden pagar. Incluso allí yo era un auténtico creyente. Y lo soy porque para mí, como para muchos otros compañeros y compañeras que tuve la suerte de conocer, la formación no era instrumental si no existencial. Una forma de entender la vida a través de la curiosidad y el apetito por conocer lo que te apasiona.
Muchos de los momentos más importantes de mi vida y el hombre que decido ser hoy se han cocinado dentro de esas clases. Soy de los afortunados. Mis padres pudieron verme llegar a la Universidad a pesar de ser humildes obreros de la periferia madrileña. Su sacrificio y voluntad me dieron futuro. Pero no lo hicieron solos, hubiera sido imposible de no existir una sociedad del bienestar concienciada de que la educación es inversión y no gasto. Irrealizable sin unas becas y unos precios públicos justos que pusieran al alcance de un chaval de barrio pobre esa formación. Inutil y baldío sin una sociedad que respaldase esa apuesta. Sin la enseñanza pública el techo de cristal con el que siempre cuentan los ricos frente a los humildes se vuelve de plomo, para evitar con ello la más mínima permeabilidad social.
Hoy seguro que hay decenas de miles de estudiantes presentes y futuros preguntándose si queda alguien que apostará por ellos. Cada día en internet, en la TV, en los periódicos conviven las noticias de algún brillante joven investigador que tiene que hacer las maletas al tiempo que clembuteroles de gimnasio hipertrofiados y mujeres de desembrague fácil facturan miles de euros por sus teatrillos y miserias. No quiero que ese sea nuestro mañana, no quiero una España de tronistas y trospidos.
El verde siempre ha sido color de esperanza y yo lucharé por mantenerla.
En mi caso no tiene mérito, de los 33 años que gasto podemos contabilizar desde los 3 hasta los 21 como escolarización en sus diferentes niveles. Lo que hacen 18 años, el 54% de toda mi vida dentro de las aulas. Con semejantes cifras, mi año vital ha comenzado muchas más veces que menos con los primeros fríos mañaneros de Septiembre, olor a tierra mojada y a libros nuevos. Escalaba tortuoso entre exámenes, prácticas y deberes. Surfeaba el año feliz entre excursiones y recreos, creciendo en alegría al tiempo que el sol perdía timidez y nos acercabamos al verano. Caminaba el curso desigual y ligado a las notas para ir a morir de modo orgásmico en esas legendarias vacaciones escolares de casi tres meses, antes de volver a irritarse con los anuncios de los corticoles.
Soy de colegio, instituto y universidad. Incluso en los tiempos en que no era popular serlo. Los años de alambre (Génesis de nuestra ruina ladrillera) , esos en los que un peón de obra cobraba sin Graduado Escolar un 60% más que un Ingeniero de Telecomunicación recién titulado. Aquellos días en los que ser estudiante era pedir dinero para libros mientras que muchos de tus contemporaneos desafectos a la educación estrenaban coche o elegían sobre plano la hipoteca que hoy no pueden pagar. Incluso allí yo era un auténtico creyente. Y lo soy porque para mí, como para muchos otros compañeros y compañeras que tuve la suerte de conocer, la formación no era instrumental si no existencial. Una forma de entender la vida a través de la curiosidad y el apetito por conocer lo que te apasiona.
Muchos de los momentos más importantes de mi vida y el hombre que decido ser hoy se han cocinado dentro de esas clases. Soy de los afortunados. Mis padres pudieron verme llegar a la Universidad a pesar de ser humildes obreros de la periferia madrileña. Su sacrificio y voluntad me dieron futuro. Pero no lo hicieron solos, hubiera sido imposible de no existir una sociedad del bienestar concienciada de que la educación es inversión y no gasto. Irrealizable sin unas becas y unos precios públicos justos que pusieran al alcance de un chaval de barrio pobre esa formación. Inutil y baldío sin una sociedad que respaldase esa apuesta. Sin la enseñanza pública el techo de cristal con el que siempre cuentan los ricos frente a los humildes se vuelve de plomo, para evitar con ello la más mínima permeabilidad social.
Hoy seguro que hay decenas de miles de estudiantes presentes y futuros preguntándose si queda alguien que apostará por ellos. Cada día en internet, en la TV, en los periódicos conviven las noticias de algún brillante joven investigador que tiene que hacer las maletas al tiempo que clembuteroles de gimnasio hipertrofiados y mujeres de desembrague fácil facturan miles de euros por sus teatrillos y miserias. No quiero que ese sea nuestro mañana, no quiero una España de tronistas y trospidos.
El verde siempre ha sido color de esperanza y yo lucharé por mantenerla.
8 Comments:
Suscribo todo lo dicho!
Lo dije por facebook, lo comparti por la misma via. fuimos afortunados, deseamos la misma fortuna a esta generación que seguro estará plagada de gente con valor y que esperemos que su mérito vea la luz del día. La escuela publica, dónde el merito no se compra, las notas no se venden y un futuro se forja. Gracias por tan sincero testigo donde creo que mucha gente de nuestra generacion se vera reflejada.
Yo también suscribo lo dicho. Claro que yo no tuve la fortuna de ir a la Universidad, por tanto sé bien lo que significa no tener una educación publica de calidad.
Besos
la gente desea seguridad y dinero, eso es humano. La cuestión es que en este país los dineros asegurados sólo los tienen los futbolistas, los famosetes y los funcionarios. Creo que si tuviera un hijo le recomendaría uno de estos tres caminos, con carrera o sin ella
besos,
Estonoesunblogdehistoria gracias por leer, siempre es bueno no sentirse solo en las cosas importantes.
Nesinha estoy de acuerdo. Algunos quieren poner en orillas diferentes la politica del esfuerzo y las becas. En mi vida siempre fueron de la mano.
Exactamente Reina, sea al nivel que sea, que el dinero no sea el todo o nada para que una persona se pueda acercar al estudio.
Mala dupla, Maslama, seguridad y dinero. Peor aún el consejo para tu hijo(Conozco futbolistas de 2ª amenazados de desahucio por las nóminas que les deben, viejas glorias del famoseteo que mendigan en Madrid y de funcionario no sacan plazas en parte alguna) En cualquier caso esa es la concepción instrumental de la educación que no comparto. Yo estudie porque era mi camino, mi opción personal. Porque me nacía leer, investigar, debatir de ciertas cosas hasta el nivel que la vida me permitiera. Para crecer como persona antes que como profesional. Una profesora de Instituto me dijo que a la Universidad había que ir hasta para estar en los pasillos, que todo allí es aprovechable. Hoy puedo afirmar que en mi caso tenía toda la razón.
la política en educación que se está haciendo en esta comunidad... de lo mas triste...
que las diosas nos encuentren confesad@s...
La Kate Walker
Lo malo es que ahora tener una carrera no significa garantía de nada, está lleno de parados que tienen una o dos.
Kate Walker me temo elitizar la formación mediante su mercatilización es una corriente global sin fronteras. Pero que en la Comunidad de Madrid la aplican con gusto y generosidad es un hecho.
Tener un título universitario significa, para aquellos que así se lo propusieron, alcanzar una meta más y poner una viga nueva en lo que has de ser, Sonja.
No obstante si quieres utilidad concreta en el hoy son las carreras que sacaron (Normalmente en la pública) de los abogados las que ayudan en la Plataforma Afectados por la Hipoteca o las carreras de los médicos y enfermeras voluntarios que atienden a los que quedaron excluidos de la Seguridad Social, entre muchos otros granos de arena en este desierto.
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