miércoles, 31 de octubre de 2012
"• ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Nadie me creerá cuando vuelva a Regato. ¡Malhadado Cano! ¡Trucha arrastrada y egoísta! ¡Blanca tu piel y negras las entrañas! ¿Es que no entiendes que te necesitamos? ¿Es que no ves como sufrimos?"
Viene de La ronda.
El silencio y algún tímido trinar desde los arboles cercanos fueron toda su respuesta.
De rodillas en los fangos arcillosos del rio, completamente cubierto de cochambre estancada hasta las cejas, llegaba la hora de volver a la dura realidad. El balance de su aventura era deudor en todos los aspectos. Su caña, fruto de días de elucubrar un artefacto capaz de llegar a poner en aprietos a un ser sobrenatural como aquel, era historia. Le dolía todo el cuerpo, estaba pleno de arañazos y magulladuras, pero especialmente insufribles eran los calambres de rodillas y codos.
Amén de ello, y por si no fuese suficiente descalabro, venía a unirse a la lista de penurias de Magar el destrozo de sus roídas vestimentas. Normalmente lo primero que hacía al llegar a la orilla del rio era desnudarse completamente y con sus vestimentas salvaguardadas en un árbol hueco de las cercanías, adentrarse en el agua. Pero en esta ocasión no hubo tiempo de preparativos o placidez, cuando llegó a la ribera ya estaba combada su caña en ángulo casi imposible. Aquella lucha entre el hombre y la bestia cobraba un tributo alto en extremo para su humilde condición. Barruntando aquellos asuntos, alternando a iguales partes la justa tristeza por la ocasión perdida con la alegría propia de la hazaña en ciernes y el optimismo de su juventud, puso rumbo a casa.
¡Qué diferente esta entrada a su aldea de la que imaginaba al bregar con el Plata Cano! Su estampa distaba con mucho la de un héroe: nidos zarrapastrosos en el pelo, jirones de ropa desgastada y casi más arcilla que piel en cara, brazos y piernas. Pero por cómico o patético que resultase, nadie tuvo oportunidad de reparar en la llegada de Magar. Todos los Regateños, incluido su padre Midel, se encontraban en la Plaza del Mercado Viejo como cada primera luna llena del mes. Y la escena no era bonita.
• ¡De quien menos lo podía esperar era de tí, Jonás el alcalde! ¡Siempre has sido de ley y hombre de fiar! Ahora sollozas como mujer y regateas como chatarrero ambulante.
• ¡Pero altísimo Burgomaestre Orona, sabed entender que no es pecado de pereza o picaresca! ¡Menos aún falta de previsión o de entrega! No hay cosecha o cabaña con qué pagar nuestras deudas. Ni cereales ni bestias. Todo nos fue confiscado ya en vuestra última visita. Nada nos queda que fiar por las pocas semillas que nos entrega la Reina. Sin semillas poca labranza, sin labranza menos frutos y sin frutos solo manos vacías para recibir a los justos recaudadores de Su Majestad.
• ¡Estabas advertido desde hace tres lunas llenas! ¡Todos lo estabais! Si no cumplíais con vuestras deudas, el Reino se haría cargo de todas vuestras posesiones como premio de condolencia por vuestra deleznable falta de compromiso y laboriosidad.
El regateo entre los enviados de la Corona para los impuestos y el bonachón alcalde Jonás no era nada nuevo en la aldea. Sí lo era el tono amenazante de los unos y la desnuda desesperanza de los otros. Coincidiendo con la llegada de las hambrunas y las cosechas muertas, la severidad y depredación de la Reina Azora para con sus súbditos crecía sin fin. Desde hacía poco, la escolta del Burgomaestre se había duplicado y entraba en Regato de Rodela con las espadas desenvainadas.
• ¡Ladrones! - Magar sintió como un rayo abrasador atravesaba su cuerpo de cabeza a pies al reconocer aquella voz. Cruzó los dedos para que nadie más la hubiera oído pero la voz continuó gritando- ¡No finjas sorpresa orondo Orona! ¿Qué esperaba “la Dama de piedra” cuando empezó, en plena hambruna, a cobrar las semillas de pan a precio de perlas labradas?
• Hablas como sedicioso y enemigo de tu patria. ¿No serás acaso del Gremio de Ekratos? Pues ya conoces que destino corrieron allí con tan perniciosa actitud. ¿Queréis convertir acaso esta noble y leal villa en otro Ekratos?
• Bien dichoso ese camino que ofreces recorrería si mis fuerzas y mis ojos diesen para ello. O si algún joven quedará en nuestras calles que no hubiera hecho el hatillo con destino incierto para buscar su pan. ¡Dime Orona, respóndeme! ¿Acaso no era nuestra deuda insalvable ya la pasada primavera? ¿Por qué entonces volvisteis a ofrecernos grano duro y estéril por el triple del precio de la primavera anterior? No sudes Burgomaestre, yo te digo el porqué. ¡Para poder estar hoy aquí, rodeado de armaduras y espadas que apuntan a viejos, mujeres y niños! ¡Para poder decir “Os lo dije, es culpa vuestra” sin romper a reír! ¡Cínico descarado! ¡Ladrón!
• No deja de ser cierto el dicho mi buen Midel. Cuando un sentido falta los demás se afilan y compensan- El burgomaestre quería aparentar tranquilidad pero las rojeces de su cuello y mejillas le desmentían. Además, más que hablar escupía cada palabra sin dignarse a mirar al rebelde padre de Magar.- Ciego pero con dos palmos más de lengua de los que te corresponden por estatura y condición. La Reina Azora está falta de conversadores tan animosos como este en la capital. ¡Encadenadlo! ¡Declaro todas vuestras posesiones de titularidad real! Si alguien quiere seguir su estela, gustoso le complaceré. He traído buena ración de cadenas y argollas en previsión de insensatez.
Aquello era más de lo que cualquier hijo podía soportar. Con las manos llenas de piedras y aullando desenfrenado, Magar corría hacía el centro de la Plaza.