Era
viernes por la noche. Como de costumbre, habíamos quedado en el parking del
hipermercado de nuestro barrio donde solíamos hacer botellón. Todos sabían ya
por Twitter que tenía una noticia que darles. Dejé pasar toda la primera mitad
de la noche sin tan siquiera dar una pista sobre lo que tenía que decir. No
había ningún deseo premeditado de crear un crescendo
en las ganas de saber de mis amigos, más bien al contrario, la demora se debía
a mis propias dudas y al valor que no terminaba de llegar a mí. Sentía que, una
vez lo hiciera público aquella noche, mis naves habrían ardido y no cabría
marcha atrás. Intenté recordar la euforia y calidez con que había ensoñado la
noche anterior mi aventura europea, pegué un sorbo generoso a mi vodka con
naranja de marca blanca y hablé.
- Creo que aquí todos sabéis de
sobra lo putas que se están poniendo las cosas para mi familia -carraspeé y
tosí fuerte para deshacer el nudo que ya notaba en mi garganta-. Sumemos a esto
que, si pudiera quedarme con un centímetro de madera de cada una de las puertas
que me han cerrado en las narices al pedir trabajo, podría hacer mi propia
carabela. Pues…
- ¡Otra que se va! ¡Vaya plaga! -me
interrumpió bruscamente Carlos, amigo del barrio desde párvulos, rockero y
eterno aspirante a bolchevique- ¡Así no hay manera rediós! ¿No te das cuenta de
que eres una víctima? Te dijeron obedece, estudia y baja la cabeza si quieres
tener sitio en el sistema para ahora venirte con el cartel de no hay billetes.
¿Y cuál es vuestra salida? Sí, demasiado bien la conozco ya por otros tantos,
vuestra salida es Barajas.
- ¿Conoces otra, Carlos? –Contesté
tan sorprendida como indignada ante el tono acusador de mi amigo-. Soy toda
oídos.
- ¿Otra salida? Claro que la
conozco, como en el fondo también lo haces tú. Quizás la única salida a todo
este embrollo: lucha. Quédate y suma fuerza para cambiar las cosas aquí y
ahora. Si hoy te vas lejos siguiendo al dinero, eso te convertirá en una
mendiga del Capital. Condenada a hacer las maletas y reinventar tu vida, cada
vez que se acabe el cash allá donde
te instales. Hasta que seas demasiado vieja o lenta para seguirle el ritmo.
- ¡Hablar es fácil para ti! ¡Fácil y
barato! –Escupía las palabras con vocación de arma blanca hacia aquel incauto
con tono condescendiente- ¡Quédate tu casquería de cantautor trasnochado para
quien te la pida! Enchufado como
mecánico en el taller de tu familia, puedes permitirte la ideología y comprar
los discursos asamblearios que cada mañana más te plazcan. Los míos, mis
“mendigos” de Barajas, no tenemos esa suerte.
- Haya paz niños, dejad de ladraros
el uno al otro –intervino socarrona Macu, vecina y compañera en la carrera-.
Guardad los caninos, molares y premolares. Cada uno a su rincón. No sois
vosotros los que habláis sino el garrafón. Frankie
says relax!
- O sea, que era eso lo que tramabas
con el Mateo. Coger el petate y
pirarte -dijo mi prima Clara mientras hacía gestos de ir atando cabos,
procurando que la falda no le subiera aún más, cual Sherlock Holmes de
extrarradio-. Estabas rara, pero pensé que era cosa de lo de tu padre y sus
médicos. Podías haberlo hablado con nosotras antes de decidir nada drástico.
Tanto secretito, tanto secretito…
- Aún a riesgo de hacer causa común
con un rojillo como Carlos, ejerceré de abogado del diablo. ¿Quién mejor?
-siseaba algo tocado por el alcohol, Oscar el novio de Macu, que llevaba
terminando Derecho desde que lo conocí bastantes años atrás- Te vas con una
carrera que entre todos, con nuestros impuestos, te hemos facilitado y de la
que solo tú obtendrás beneficio al emigrar. ¡Menudo negocio redondo! ¿Lo ves justo?
- ¡Qué puto bocazas eres Oscar!¡No
sabes beber! -le censuró su chica perdiendo la paciencia y el buen humor al
mismo tiempo- El perejil de todas las salsas, bonito.
- Darwinismo social -apostilló de
nuevo Carlos-. Eso es lo que es y el que quede atrás que arree.
- Esto es surrealista. ¿Estoy
hablando con mis amigos o con una manada de tertulianos del TDT-Party? Ni la coartada del alcohol es tan
buena. ¿Tan eunucos emocionales sois? Porque lo único que busco son soluciones
tangibles a problemas reales y sucios, que resulta que están muy lejos de aquí.
Sed buenos amigos, de esos que escuchan, consuelan y apoyan. ¡Y dejad el
“postureo” ácido para quien lo merezca o aguante!
El silencio que siguió se hizo ominoso. La incomodidad de
unos y otros era obvia. Y las lágrimas, que había retenido durante toda la
discusión, para no dar el comodín de la pena a los que me asaeteaban, llegaron
imparables y en cascada. Cuando lo notó Anderson, que se había mantenido al
margen y en un discreto segundo plano toda la noche, se acercó decidido a mí al
tiempo que daba por terminada la velada:
- Claudia, te acompaño a tu casa. Desculpem rapazes...
Anderson Oliveira Braga, metro ochenta de tranquilidad,
setenta y seis kilogramos de optimismo, importados de la ciudad de Recife en
Pernambuco. Veintitrés años, los siete últimos en España al cuidado de su tía
materna. Huérfano de madre, educado, religioso y surfista avanzadísimo en la
neo-economía de los minijobs.
También, durante el verano del dos mil once, fue mi Peter Pan particular y yo
su Wendy. Acontecimiento éste del que ambos guardábamos idéntico buen recuerdo
pero conclusiones bien distintas. Si de alguien podía esperar decepción por mi
partida, era de él y sin embargo allí estaba, caminando de madrugada sin abrir
la boca, como si fuera una noche más.
- Anderson, necesito saber qué piensas tú.
- Yo no tengo que pensar nada. No tengo derecho ninguno a
ponerme ropas de un Sócrates cuando no lo soy y menos para ajuizar vidas de nadie.
- ¿También crees que estoy huyendo? ¿Piensas que estoy
actuando con egoísmo, cobardía o falta de juici
- Pienso que te aburrirás allá arriba con los rubios y
sus fríos modos –sonrió malicioso-. Eso pienso coraçao.
- Anderson por favor…
Se revolvió el pelo nervioso antes de contestar, como si
buscase en su cabeza las palabras más adecuadas con las que construir su
respuesta.
- Siempre creí que volveríamos al verano. Tengo fe en que
eso aún suceda. También en que encontrarás un trabajo si te quedas. Eres la
mujer más inteligente y trabajadora que conozco. Dicho todo esto, cuando mi
padre decidió enviarme para acá al morir mi madre, todo el mundo tiró pedras contra él. Nadie quiso saber su
verdad, solo querían ajuizar y dormir
bien esa noche, sabiendo que en el mundo vivía un tipo que los hacía buenos a
ellos en su mediocridad. Eso es lo que tú viviste aquí esta noche. Tus
camaradas no quieren saber tus razones, porque podrían ser tan buenas que
podrían ser suyas. Algunos tienen
horror de esto, otros sienten que al abandonar el país les abandonas a ellos y
luego está filho da puta Oscar, que
necesita pisar a la gente para sentir que hay un suelo bajo sus pies -hizo el
gesto de estrangular a alguien en el aire-. Las cosas se han puesto muy
complicadas para todos, y cada uno de nosotros tiene que domar sus problemas
con lo que le caiga a mano. Eso pienso coraçao.
- No voy a decir que nuestras cosas no cambian al irme,
pero tampoco voy a decirte adiós.
A pesar de que el paseo con Anderson me había devuelto el
ánimo y secado las lágrimas, tenía bastante claro que no tenía ninguna prisa
por abordar el tema de mi partida con mis padres, hasta haberme recuperado de
aquella extraña noche. Hice mal al considerarla terminada antes de tiempo.
Al entrar en mi casa la única habitación con la luz encendida
era la de la única persona que no se hallaba durmiendo en ella: la mía. Abrí la
puerta de mi cuarto y encontré a mi madre sentada en mi cama frente a una
infinidad de papeles desperdigados sobre la colcha
- ¿Cómo es que estás despierta a semejantes horas mamá?
- Clara habló con su madre, a la que le faltó tiempo para
llamarme por teléfono para preguntarme mi opinión acerca del “erasmus tardío”
de mi niña, la ingeniera. Le contesté enérgicamente que una cosa así nos la
habrías consultado antes y tras colgar vine aquí, todavía más enfadada con tu
tía que contigo. ¿Qué es todo esto?
Su tono era pausado y tranquilo, como de narradora
omnisciente de aquel sainete nocturno, aún sin tener todos los datos en su
mano. Desapasionadamente, empezó a ordenar en pequeños montones los papeles que
estaban encima de la cama, mientras esperaba a que me animase a hablar.
- ¿Papá? ¿Dónde está?
- No sabe nada. Sigue en la cama. Con sus pastillas para
dormir ni se enteró de mi tangana con la tía. De nuevo te pregunto, ¿qué es
todo esto?
- Desde luego no es un Erasmus, ni se le acerca. Son mis
solicitudes y billetes para irme a buscar trabajo, fuera de España
- Eso, Claudia, soy más que capaz de verlo en todos estos
papeles, lo que me intriga más es el por qué. ¿Por qué las cosas están mal?
¿Por qué tenemos problemas, como todo el mundo en estos días? Creo que en esos
casos, es cuando toca estar más juntos y no menos. Nada dura para siempre,
tampoco lo malo.
- Aquí no hay nada para mí y no podemos esperar más. No
pretendía hacerlo de modo clandestino, pero es la única puerta abierta ahora
mismo. Salgo de la ecuación para dejar de restar y en un futuro, que rezo
cercano, poder sumar. Sin el dinero de la indemnización, el precio de los
nuevos Beta bloqueadores de papá y con lo de la hipoteca, es nuestra mejor
opción. Para todos.
Bajó la mirada al suelo y se ruborizó contrariada al
escucharme hablar de dinero y deudas. Arrugó algunos de los folios que antes
estaba ordenando, a modo de desahogo para recomponerse. Endureció el tono de su
voz.
- ¿Cuando
- Pronto.
- Tendrás que contárselo a tus hermanas y a papá. Les
dolerá. Sufrirán.
- No lo harán si piensan que efectivamente es un viaje de
estudios sin más. Déjame ver en toda esta noche de confusión, la señal de algo
bueno. Estarán más cerca de sonreír, si
piensan en mí como una estudiante y no como una exiliada. Nada sacarían de
saber la verdad y así, al menos ellos, estarían protegidos.
- Más bien engañados, Claudia.
- Protegidos, Eugenia. ¿Cuántas decepciones piensas que
aguantará el corazón de papá, antes de partirse definitivamente, sin importar
cuanta medicación use? ¿Cuánto tiempo escudará a las mellizas su edad, antes de
perder la alegría? Quiero dejar de ser un peso muerto y empezar a remar por
esta familia, allí me dan un sitio por donde empezar a hacerlo.
Mi madre meditó unos minutos en silencio, volvió a
desperdigar los papeles sobre la colcha desordenándolos y finalmente contestó.
- Sea como tú me pides. Cuenta con mi silencio, pero no
mentiré. Y no me vuelvas a llamar Eugenia para dártelas de mayor.
- Gracias mamá.
Nos besamos y lloramos en silencio hasta caer dormidas,
las dos abrazadas en mi estrecha cama de ochenta. Lágrimas que, para mí, acaso
eran las primeras de alegría de la noche. Volvía a sentir que nuestros sueños y
esperanzas no habían muerto del todo, sólo eran impuntuales y sufrían un
retraso. Había dejado de estar sola en todo aquello, volvíamos a ser cómplices.
La alegría impostada que siguió a nuestra nocturna
conjura madre e hija, durante toda la semana de preparativos, pareció convencer
más que de sobra a las mellizas, pero mi padre recelaba y lo hacía ver.
Curiosamente, las maledicencias y la actitud sardónica de mis tías ante mi
viaje, jugaron a mi favor. Fueron determinantes para que el bueno de José, asimilase aquella partida como un
anexo de la carrera de marimachos que ellas tanto habían criticado antes, sin
reparar en toda la urgencia y renuncia que tenía como equipaje aquel éxodo.
Hicieron mi mascarada mucho más creíble hasta que llegó el día de mi despedida.