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Caballo de hierro

lunes, 14 de octubre de 2013




Soy de trenes.
Casi tanto como soy un enamorado del otoño, lector de fantasía e historia.
Igual que disfruto de una buena cerveza o encuentro el placer de la playa en invierno, adoro viajar en tren. Va en mi yo más real, en el código genético vital.

Mi abuelo materno era ferroviario en Andalucía. Pero murió apenas yo contaba con tres años, asi que su influencia en este sentido, aunque positiva, fue bastante limitada. Creo poder decir sin empacho, que esta no es una de esas pasiones cuyas raices se hunden profundo en la infancia. Más bien al contrario, mi romance con el tren nace el año de mi Selectividad con un viaje-premio en el Ave a Sevilla. En buena medida fue estación de salida a la madurez que aún hoy sigue inexpugnable. Desde entonces y hasta ahora el tren ha sido protagonista de muchos lances en mi vida, con un saldo netamente positivo.

Madrugaba conmigo a cada clase de la Universidad, fue aula rodante y laboratorio de prácticas. Se estiró todo lo que le pedí en cada fin de semana que a él acudía. Fue mi corcel bermello unas veces y mi halcón níveo otras, devorando kilometros hasta hacerlos humo, en volandas y sin retrasos al lado de Andromaca. Aliado incondicional durante nuestro noviazgo, en las diferentes distancias que el azar y los temas laborales quisieron sembrar. Por supuesto estuvo conmigo el importante día que dejé de ser becario y firmé mi primer contrato laboral.

Sólo una vez nos separaron a la fuerza una panda de malnacidos. Un once de marzo. Y también ahí sentí ese vínculo especial con el ferrocarril, al invadirme junto a la justa indignación la fría colera de sentir violada una parte de mí. Mancharon con muerte y sangre algo que sentía tan íntimo que temí no poder volver a mirar con los mismos ojos.

Con posterioridad el tren y yo sepultamos toda esa negatividad con mil aventuras, que dibujaron sonrisas con peso suficiente para ello. No fue de ellas la menor el viaje República Checa- Austria de mi luna de miel el año pasado. Absolutamente deslumbrante y mágico en cualquiera de los sentidos que gustes. Un tren augusto, con solera y veteranía, que hizo sin prisas de estupendo anfitrión y narrador de dos paises tan cercanos en los mapas como alejados en sus almas. Eslava, roqueña, medieval y judía una; germánica, marmórea, barroca y continental la otra.

Y es que en ningún otro medio de transporte la lectura es tan placentera, comer o beber resulta tan cómodo y refinado, los pasajeros son más susceptibles de bajar sus defensas, aminorar la intensidad de sus prisas y agobios, para terminar convirtiéndose en compañeros . Nadie como el ferrocarril para hacer bueno el dicho que disfrutar del camino es casi tan importante como el destino. El tiempo es otro y la atmosfera única.

Nadie como él, nadie como el tren.

 

7 Comments:

H said...

entrañable..........puedo escuchar ese ruido al pasar por los railes.

Anónimo said...

Que bonito, y comprendo perfectamente tu amor por los trenes. Yo sólo he montado dos veces en uno y supo a poco. No me quedaré con las ganas el resto de mi vida.

Petri said...

Yo también soy de tren, desde que hize un interrail . ..bonitos recuerdos tienes del tren .. Me ha encantado

Maeglin said...

HADA siempre es un placer encontrarte y leerte.
Darkrosalina pues a mejorar esos números treneros que no te arrepentirás.
El Interrail son palabras mayores Montse me descubro ante tí.

maslama said...

comparto tu gusto por los raíles, trenes y barcos me parecen los últimos vehículos que conservan el romanticismo del viaje

besos,

Maeglin said...

Qué gran verdad Maslama! La atmósfera es otra.

Kate Walker said...

No estaría nada mal darse un paseo en el Orient Express... a pesar en lo que se ha convertido... pero tiene su punto...

Ya de pequeña, compartía espacio con una maqueta casera H0...

Aun conservamos la gorra de mi padre, Jefe de Estación en el Vasco-Navarro... e hijo de guarda-agujas...

La Kate melancólica